Alberto Campo Baeza....
Frente a la maravillosa mole de la catedral de Granada, quizás la más hermosa catedral de Andalucía, ha aparecido, cual si de un David frente a un Goliat se tratara, una pequeña pieza que, además de enfrentarse a ella de tú a tú, toma como tema central de su arquitectura un absoluto respeto y admiración por la pieza histórica.
Había allí un edificio, el Patria, de relativo valor pero al que la ciudad, del que era paisaje habitual, ya se había acostumbrado. Pareciera que el viejo edificio, tras darle la vuelta como un calcetín, hubiera resucitado, obteniéndose un resultado de primer orden.
La estructura espacial original, que estaba formada por dos cajas, una exterior y otra interior que se convertía en patio, se ha reinterpretado de manera muy ingeniosa. Se ha manipulado la caja exterior sin cambiar nada esencial, y se ha utilizado la caja interior, ahora cerrada, como espacio central de exposición en cada planta. En el espacio intradós, se colocan las circulaciones y los elementos servidores. Lo preside y organiza una amplia escalera atravesada por el aire. En la caja central cerrada se controla adecuadamente la iluminación de los grandes cuadros de Guerrero en los que late un cierto aroma de Rothko. En el arranque del edificio el arquitecto ha escapado a la tentación de crear una entrada mayor. Ha sabido leer muy bien el sistema seriado de arcadas sobre esa estrecha calle y ha potenciado esos paños forrándolos de piedra. Hay detalles muy intencionados como el achaflanado de la esquina hasta sólo la primera planta.
Se resuelve así el edificio con una clara estrategia de recorrido ascendente alrededor de la caja central. Como una promenáde architecturel en vertical. Un recorrido in crescendo por espacios llenos de luz alrededor de un espacio central cerrado. Pero lo mejor, como debe ser, viene al final, en la culminación. Cuando ya pensamos que todo ha acabado, aparece arriba, aureado con una explosión de luz, un paisaje petrificado en contraste con la obra ciertamente abstracta del museo. La Catedral, su coronación de encajes de piedra se nos muestra al alcance de la mano. La lección aprendida de Le Corbusier de la caja abierta al cielo, la lección andaluza de la azotea, se ha transmitido aquí en un abrirse al cielo de frente, pues de frente está ese paisaje magnífico de la Catedral. La solución formal de enfocar esta pieza última hacia la Catedral con una total transparencia, es magistral.
Me viene a la cabeza la luminosa imagen del Transparente de Narciso Tomé en la Catedral de Toledo. Alguien podría pensar que era muy atrevida, que lo era, la operación de introducir un espacio barroco sobre un majestuoso espacio gótico. La esplendorosa realidad del trozo de cielo lleno de luz arrebatada de ese Transparente es incuestionable de tal manera que está en todas las Historias del Arte y de la Arquitectura. Aquí en Granada, un arquitecto de primera se ha atrevido a actuar con una pieza moderna frente al gran monumento renaciente. La Historia es algo vivo, y el tiempo es algo que late. En este caso con muy buen pulso. Y con la consideración de que el punto clave de esta magistral operación arquitectónica es precisamente esa lectura acertada, sabia, de la Historia. La pieza moderna de Antonio Jiménez Torrecillas tiene su razón de ser en ese mirar admirado a la pieza renacentista, cuyo valor queda aumentado si cabe, a través de esta nueva arquitectura de primer orden.
Cuando tras el calmo recorrido por las salas del Guerrero lleguemos a ese espacio en todo lo alto, que es como un trozo de cielo en el cielo, no querremos ya nunca marcharnos.
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